“Coming into Language” by Jimmy Santiago Baca (en español) | Facing History & Ourselves
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“Coming into Language” by Jimmy Santiago Baca (en español)

This narrative exemplifies how one can find a sense of home and belonging through self-expression. This resource is in Spanish.

Asunto

  • English & Language Arts

Language

Spanish
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This resource is intended for educators in the United States who are applying Spanish-language resources in the classroom.

Introducción

En este ensayo, el poeta y activista social Jimmy Santiago Baca narra su experiencia de aprender a leer y escribir mientras se encontraba detenido en prisión. Con los libros que estaban a su disposición descubrió el poder transformador del lenguaje y la poesía. En el transcurso de su carrera, él utilizó la poesía para alzar su voz como alguien que se identifica como mestizo, alguien con herencia tanto española como nativoamericana. 

La exploración de la identidad personal y cultural es un tema común en la literatura de América, una categoría que tradicionalmente se ha enseñado a través de obras de autores predominantemente blancos y masculinos, como los poetas románticos cuyos libros estuvieron a disposición de Baca durante su estancia en la cárcel. 

En una entrevista con NPR, Baca explicó que después de estudiar las obras de poetas como Byron, Wordsworth y Coleridge, se concentró en escribir sobre su propia trayectoria de vida de forma que representara con autenticidad su cultura y sus experiencias: “Estaba buscando una voz que al salir de mí tuviera el sello de mi propia cultura, el sello de mi gente. Gente que no es latina, sino chicana. Gente del Norte de México” 1 . Baca se convirtió en uno de los escritores más célebres en los Estados Unidos; en el 2024 sigue escribiendo y enseñando a escribir en escuelas, prisiones y bibliotecas por todo el país.

“Entrar al lenguaje” de Jimmy Santiago Baca

Los fines de semana en los turnos de madrugada del hospital St. Joseph yo trabajaba en la sala de emergencias. . . . 

Una noche mi mirada fue capturada por una palabra de aspecto conocido en el lomo de un libro. El título era, “450 Years of Chicano History in Pictures”. En la cubierta había fotos en blanco y negro: El Padre Hidalgo exhortando a los campesinos mexicanos para sublevarse en contra de los dictadores españoles; vigilantes angloamericanos colgando a dos mexicanos de un árbol; una joven mujer mexicana con un rifle y cintas de munición entrecruzadas sobre el pecho; César Chávez y unos trabajadores agrícolas marchando por salarios justos; trabajadores ferroviarios chicanos colocando durmientes de creosota; chicanas trabajando con máquinas en fábricas textiles; chicanas protestando y agitando pancartas a favor del boicot.

Desde que tenía siete años, los maestros me castigaban por no saberme las lecciones haciéndome pegar la nariz a un círculo marcado con tiza en el pizarrón. Avergonzado por no entender y temeroso de hacer preguntas, abandoné la escuela en el noveno grado. A los diecisiete años aún no sabía leer, pero aquellas fotos confirmaban mi identidad. Esa noche robé el libro y, para estar seguro, lo escondí debajo del fregadero hasta que salí del trabajo. De vuelta a la residencia donde me quedaba, le enseñé el libro a mis amigos. Todos estábamos asombrados: aquel libro nos decía que nosotros existíamos. Nosotros, también, nos habíamos defendido con los puños de los hostiles angloamericanos, luchando por respirar después de pelear con los policías que nos superaban en número. El libro reflejaba nuestra lucha de un modo que nos hacía sentir orgullosos.

. . .

Antes de cumplir los dieciocho, me arrestaron bajo sospecha de asesinato tras negarme a explicar un profundo corte en el antebrazo. Con una rapidez asombrosa me encontré esposado a una cadena de reclusos y luego trasladado en autobús a un centro de detención a la espera de un juicio. Allí conocí a hombres, prisioneros, que se leían en voz alta unos a otros las obras de Neruda, Paz, Sabines, Nemerov y Hemingway. Nunca había sentido tanta libertad como en aquel dormitorio. Escuchando las palabras de estos escritores, sentí que esa amenaza invisible del exterior se atenuaba; la sensación de estar haciendo equilibrio en un tablón podrido sobre agua pantanosa donde caimanes hambrientos baten sus hocicos excitados por mi sangre. Mientras escuchaba las palabras de los poetas, los caimanes dormitaban inofensivos en sus guaridas. El lenguaje de la poesía era la magia que podía liberarme de mí mismo, transformarme en otra persona, transportarme a lugares lejanos.

Y cuando ellos cerraban los libros, aquellos chicanos, y accedían a su propio lenguaje chicano, hacían que la existencia del barrio cobrara vida para mí en la plenitud de su vitalidad. Empecé a aprender mi propio idioma, las palabras y frases bilingües que me explicaban mi lugar en el universo.

Meses más tarde me pusieron en libertad, como sospechaba que iba a ocurrir. No había sido culpable de nada más que de romper el parabrisas del automóvil de mi novia en un ataque de ira.

Pasaron dos años. Ahora tenía veinte y otra vez estaba tras las rejas. Los alguaciles federales no habían logrado aportar evidencia convincente para extraditarme a Arizona por un delito de drogas, pero aun así estaba detenido. Tenían noventa días para demostrar que era culpable. La única evidencia contra mí era que mi novia había estado en la escena del crimen con mi licencia de conducción en el bolso. Tenían que pensar en algo más. Pero no había nada más. Al final llegaron a un acuerdo con el traficante verdadero, que subió al estrado contra mí. Cuando el juez me impuso una fianza de un millón de dólares, vacié mis bolsillos sobre su escritorio de registro: veintiséis centavos.

Una noche de mi tercer mes en la cárcel del condado, estaba trapeando el piso delante del escritorio de registro. Unos detectives habían dado un rodillazo a un viejo borracho y lo habían esposado a los barrotes del registro. Sus gritos agudos me alteraban los nervios como el sonido del rasguño sobre un pizarrón, la protesta desesperada de su dignidad contra la inhumanidad de los detectives. Pero ellos solo se reían al verlo intentar levantarse y lo patearon para ponerlo de rodillas. Cuando fueron al baño a orinar y el encargado del registro se dirigió al archivador para sacar el expediente de antecedentes, pasé un brazo a través de los barrotes, cogí uno de los libros de texto universitarios del encargado y me lo metí en el overol. Era la única forma que tenía de protestar.

Era tarde cuando regresé a mi celda. Bajo la manta encendí una linterna de bolsillo y abrí el grueso libro al azar y empecé a ojear las páginas. Oía al carcelero haciendo la ronda por las otras hileras. El tintineo de sus llaves y el brusco golpeteo de los tacones de sus botas agudizaban mi soledad. Lentamente pronuncié las palabras . . . p-o-n-d, ri-pple. Me aterrorizaba haberme reducido a esto para encontrar consuelo. Siempre había pensado que leer era una pérdida de tiempo, que nada podía sacarse de ello. Solo mediante la acción, saliendo al mundo, y confrontando y desafiando los obstáculos, se podía aprender algo que valiera la pena.

Aunque intentaba convencerme de que era mera curiosidad, quedé tan absorto en cómo los sonidos creaban música en mí, y felicidad también, que olvidé dónde estaba. Los recuerdos empezaron a estremecerse dentro de mí, brillando con una intimidad extraña pero familiar en la que encontré refugio. Por un momento, me invadió una profunda tristeza, como si me hubiera encontrado con un amigo perdido hacía mucho tiempo y me lamentara los años de separación. Pero pronto la angustia de haberme perdido de tantas cosas en la vida, que me había paralizado desde que era un niño, cedió, como si una grave enfermedad se desprendiera de mí y estuviera curado, volviendo a creer inocentemente en la belleza de la vida. Repetí vacilantemente el nombre del autor mientras me dormía, diciéndolo una y otra vez en la oscuridad: Words-worth, Words-worth.

Poco después mi hermana vino a visitarme, y bromeé con llevarla a un lugar llamado Xanadú y conseguirle una cita a ciegas con un  vato  llamado Coleridge que vivía en la costa y estaba malias  con morfina. Cuando le pedí que hiciera un viaje a territorio enemigo para comprarme un libro de gramática, me dijo que no podía. Las librerías la intimidaban, porque ella tampoco sabía leer ni escribir.

Días después, con un pedazo de lápiz cuya punta afilé con mis dientes, apoyando un cuaderno sobre mis rodillas escribí mis primeras palabras. Desde ese momento, un avidez por la poesía se apoderó de mí.

Hasta entonces, me había sentido como si hubiera nacido en un océano furioso en el que nadaba sin descanso, agitando los brazos con la esperanza de ser rescatado, de alcanzar una orilla que nunca divisé. Nunca había tenido tierra firme debajo de mí, nunca un lugar de descanso. Había vivido solo con la esperanza desesperada de mantenerme a flote; eso y nada más.

Pero cuando por fin escribí mis primeras palabras en la página, sentí que una isla se elevaba bajo mis pies como el lomo de una ballena. A medida que brotaban más y más palabras, por fin podía descansar: por primera vez en mi vida, tenía un punto de apoyo. La isla creció, con cada página, hasta convertirse en un continente habitado por personas que conocía y cartografiado con la vida que viví.

Escribí sobre todo esto: sobre la gente que había amado u odiado, sobre las brutalidades y éxtasis de mi vida. Y por primera vez, mi niño interior, que había presenciado y soportado terrores indescriptibles, gritaba no solo por impotente desesperación sino con el poder del lenguaje. De repente, a través del lenguaje y la escritura, mi dolor y mi alegría podían ser compartidos con cualquiera que quisiera escuchar. Y podía hacer esto solo; podía hacerlo en cualquier parte. Ya no era un prisionero de los demonios que me carcomían, ni víctima de las burlas y el desprecio de los demás, que me había hecho cerrar el puño hasta volverlo blanco de la rabia y apretar los dientes para callar. Las palabras ahora respondían con la sombría lucidez del dolor. Los que estaban equivocados eran los demás y ahora podía decirlo.

A través del lenguaje era libre. Podía responder, escapar, complacerme; abrazar o rechazar la tierra o el cosmos. Me lancé a un viaje sin fin, sin límites ni reglas, en el que podía salvar los fragmentos flotantes de mi pasado o nacer de nuevo en la combustión espontánea de la comprensión de algún aspecto hasta entonces oculto de mí mismo. Cada palabra humeaba con los jugos de lava caliente de mi creación primordial, y yo me arrastraba de vuelta de los versos, goteando sangre de nacimiento, renacido y liberado del caos de mi vida. El niño de la habitación oscura de mi corazón, que nunca había sido capaz de encontrar o alcanzar el interruptor de la luz, ahora la encendió; y encontré en la habitación a un extraño, yo mismo, que había esperado tantos años para volver a hablar. Mis palabras provocaron en mí una multiplicación de relámpagos de júbilo y nubes tempestuosas de dolor.

. . .

La escritura tendió un puente entre mi vida dividida de prisionero y hombre libre. Escribí sobre la carnicería emocional de las prisiones y mi aguda gratitud por la poesía. Allí donde se encontraron mi duda ciega y mi confianza espontánea en la vida, descubrí la empatía y la compasión. El poder de expresarme fue una tormenta de bienvenida que raspaba las raíces en forma de cordoncillos, inundando la tierra agrietada de mi alma. Escribir era agua que limpiaba la herida y alimentaba la raíz reseca de mi corazón. 2

1991, Reflections on Albuquerque County Jail, New Mexico and Arizona State Prison —Florence, Arizona

 

  • 1Jimmy Santiago Baca, “De la prisión a la poesía,” NPR, 3 de enero de 2014.
  • angloamericanospersona blanca en los Estados Unidos cuya lengua materna es el inglés y cuyo origen es europeo.
  • chicanoschicano o chicana es la identidad escogida por algunos mexicanoamericanos en los Estados Unidos. El término se utilizó ampliamente durante el Movimiento Chicano en la década de los sesenta por muchos mexicoestadounidenses para expresar una postura política basada en el orgullo de una identidad cultural, étnica y comunitaria compartida.
  • extraditarmeextraditar: entregar o devolver al lugar y jurisdicción en que se cometió un delito.
  • vatoEn dialecto chicano: sujeto.
  • maliasEn dialecto chicano: drogado.
  • 2Tomado de “Coming into Language”, de Jimmy Santiago Baca, PEN America website,3 de marzo de 2014.

How to Cite This Reading

Facing History & Ourselves, ““Coming into Language” by Jimmy Santiago Baca (en español)”, last updated Agosto 8, 2024.

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— Gabriela Calderon-Espinal, Bay Shore, NY